jueves, 16 de octubre de 2008

Madre (política) hay una sola, pero...


Suegras suele haber muchas, especialmente en la post-modernidad,  donde la cultura del zapping hace que un hombre cambie de pareja seguido,  buscando esa completitud imposible de recuperar.

Pero dejemos de hablar del amor, porque no se trata de esto esta nota, aunque no deje de ser un homenaje a una mujer-madre, a mi manera.

Resulta que en unos días se nos viene encima un nuevo Día de la Madre, fecha en la que los comerciantes nos ametrallarán de publicidades, los jóvenes desactivarán el incurable “Edipo” por un rato y besarán en la frente a sus santas mamis, y los maridos se quedarán en el molde sabiendo que esta vez los aplausos son para ese Gran Otro, el semi-dios que ya dio que hablar  y escribir a poetas, filósofos y medio millón de psicoanalistas.

Sin embargo no es mi intención, tampoco, hablar de ellas, si no de esas otras madres, las “políticas”, las que nombro al iniciar estas líneas.

La historia es así, se las resumo:

Todo varón que conoce de pronto a una muchacha dulce, alegre, femenina, sincera, piensa: “al fin hallé al ángel que mi vida necesita”. Pero las mujeres nunca vienen, como diría Machado, ligeras de equipaje, y no es que les falte algo, si no que a veces les sobra Algo.

 Y algo que no vemos de entrada, pero muchas traen en la muñeca, es un grillete con cadena que las une a su… ¡mamá!  Si, esa Señora a la que Serrat le dedicó una de sus primeras canciones, si,  la bendita suegra, si, suegra,  palabra que según afirma el humor popular, en ruso se dice “storbo” y en chino: “¡línchenla!”.

¿Será cierto?  Solo parcialmente, como todas las verdades.

Yo he conocido, por lo menos, cinco clases de “mothers-in-law”. ¿Les cuento?

Primero está el modelo intelectual con algún título universitario  terminado en “gía”: esta es la suegra pacífica y no entrometida, porque está muy ocupada. Es egocéntrica, narcisista y famosa. Generalmente está haciendo hidro-gimnasia, escribiendo ensayos, dando conferencias por el mundo y disfrutando el dinero de algún generoso ex marido,  junto a jóvenes dueños de veleros y estancias. Este tipo de suegra es recomendable, pero escasea.

En segundo lugar tenemos la suegra buena, la que te acepta de entrada, te sirve té de manzanilla y te teje bufandas, te adopta como un hijo, te lleva en su auto al médico y te ofrece plata si la necesitas,   y regaña a tu novia si no te trata como corresponde, recomendándole cada vez que la despide: “nena,… cuidá a ese hombre”. Jamás se entromete y evita estar en el medio de la pareja, molestando. Esta es genial pero, les prevengo, es decididamente, un espécimen en extinción.

Luego viene la tercera,  raza más difundida, la insoportable cizañera, poseedora de la mirada de Torquemada, la lengua de Anaconda, la “ductilidad” negociadora de Ben Laden y Margaret Tatcher, y el alma de un carpintero porque vive serruchándote el piso. Para ella tu esposa es una nena que nunca superó los 8 años, aunque tenga 48 y sea vicepresidenta, ante la cual obviamente todos los candidatos posibles son poca cosa, porque la chica es la Rosa Púrpura del Cairo y desde ya ningún mortal la merece.

Además es la suegra que interrumpe justo cuando la pareja está por cenar o darse mimitos. 

También es la progenitora que nunca se resignó al post-parto y permanentemente quiere recuperar a su bebé, tratando de elaborar estrategias para alejar a su chiquita de vos a cada rato. 

En el fondo pareciera que quisiera reintegrar su producto, volverla a meter en el útero, una época en la que ella era feliz y se gustaba más a si misma.

Esta raza es la que ha generado chistes catárticos  famosos como este:

“Una suegra está internada en terapia intensiva, el médico se acerca al yerno y palmeándole el hombro le dice: señor, prepárese para lo peor, y el tipo contesta molesto: ¡no me diga que se va a salvar!”. 

También hay una versión militar, la cuarta, es la suegra general de brigada. La “fálica” que te habla “desde arriba”, permanentemente erguida como mirando un desfile de soldados. No es mala, en el fondo, pero uno nunca la encuentra en el fondo sino en el living. Es la que quedó viuda hace mucho,   y  a cargo de sus hijas pequeñas, y la tuvo que remar sola contra vientos y tempestades. Ahora las niñas crecieron pero ella es como esos japoneses que se quedaron en la selva sin enterarse que la segunda guerra terminó. Le cuesta dejar de ser la gallina que concentra los pollitos, el Sol que atrae a los planetas y  los quiere ver a todos girando a su alrededor. Es como una fuerza centrípeta que nunca suelta las ginetas y el sable, y cuando la autoridad mengua, utiliza la manipulación anímica, el juego de las lágrimas, como hacen los viejos dictadores el día que los condenan al destierro. Sufre el síndrome del cuartel vacío.

Finalmente nos queda la quinta especie, que científicamente podríamos etiquetar como “suegritus difuntis”, es la que descansa cuatro metros bajo tierra desde hace tiempo.

 Un Romeo cruel como yo, podría calificarla como la suegra ideal, pero como cada pérdida trae una ganancia y viceversa, a veces ocurre lo inesperado. El tuyo o el mío, hermano, puede ser uno de esos casos en el que la partida de la señora al más allá ocasiona una extraña transformación en Julieta. Sí,  de pronto notamos que esa suegra demandante y disconforme se ha reencarnado mágicamente en nuestra mujer,  (¿identificación súbita?, ¿posesión diabólica?) y desde sus ojos, nos sigue criticando duro en cada parpadeo, imbatible,  por los siglos de los siglos, es decir, para siempre.
 

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