martes, 9 de diciembre de 2008

After office para el alma

En las oficinas ya se está organizando la fiesta de fin de año. Y esto de planearla desde ahora no es solo una actitud de pedir bañero para quienes ya se sienten ahogados de papeles.
También puede ser una estrategia empresarial.

En ese caso la política institucional es promover ante la comunidad el esplendor de la firma, y como comunicación interna, producir confianza y cohesión entre los empleados y proveedores.
¿Pero lo consiguen?

Si la compañía es una sociedad anónima de aquellas, lo que arma es un mega-evento, generalmente realizado en el salón dorado de un hotel internacional. Los gerentes locales están felices como novia de blanco en primeras nupcias, y hasta invitan a algún CEO que viene de Yankilandia, a repartir ñoquis de oro a los mejores vendedores. Pero el personal se la pasa cuchicheando que el año anterior trajeron a Los Pericos y esta vez los quieren conformar con el mago Pirulo, y que en lugar del prometido cordero patagónico  matado con hipnosis, les tiran una simple pata de pollo chueca y desnutrida. Y que en vez de gastar tanta guita en este encuentro, ese monto lo podrían haber repartido entre todos como un aguinaldo-plus.
En fin, the aryentains are so.

En el extremo opuesto están las cenas que planean solo pequeños grupos de trabajadores (por ejemplo, los de la sección Contaduría) generalmente aglutinados por afectos comunes. Entre ellos hay amistades, coaliciones, y hasta amores secretos, y durante la velada continúan burlándose duramente de sus jefes, a los que han bautizado con apodos sarcásticos.

Y por último están las reuniones de fin de año que juntan (pongamos el caso de una revista) a periodistas, editores, gerentes, directores, y productores comerciales.

La propuesta es transitar un momento de afinidad emotiva e integración fuera del ámbito de la Editorial.

Claro que, generalmente, las redactoras jóvenes tienden a sentarse juntas y charlar entre sí, haciendo una extensión de los temas de trabajo y anécdotas que finalmente están codificadas en el dialecto mismo que la oficina generó.

En ese espacio, todo ser humano no redactor, mayor de 35 años, salvo que sea jefe, se volverá de golpe un inmigrante lituano en Copacabana, buscando alguien que hable su mismo idioma, entre saladito y bocadito. Y qué decir de los colaboradores, que si estuvieron mandando sus notas por Internet durante diez años sin ir a la redacción, y en ese tiempo ya pasaron los 40 y los 50, ya son extraterrestres a los que solo Fox Molder se animaría a tomarles el pulso.

De todos modos, todo esto me hace reflexionar que los que ya plantamos el árbol, tuvimos el hijo, y escribimos el libro, deberíamos aprender a disfrutar del “alter office para el alma” que este tiempo representa, es decir, ese sentirse al costado de los celos, envidias y voracidades, que nos permite murmurar como en el poema famoso, vida ya nada me debes,… vida estamos en paz.
 

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