martes, 15 de enero de 2008

¿La superstición es cosa de polleras?


Una investigación hecha por una agencia de publicidad dio como resultado que las argentinas son más cabuleras que los varones.

¿Será verdad?

Si activo las huellas de mi memoria, así como se enciende una tira de lucecitas de navidad, recuerdo de inmediato que todas las clases de ocultismo casero y cábala las recibí de las mujeres de mi vida. Empecemos por mi abuela, que le curaba las verrugas a mi hermano menor tirando sal gruesa por sobre su hombro al llegar a una bocacalle. Sigo con mi madre, que creía que cuando un perro aullaba era porque alguien estaba por morirse en el barrio, y se persignaba hasta acalambrarse si se le rompía un espejo, o esquivaba los gatos negros mejor que Contepomi a los rugbiers franceses. Mi esposa, que no se queda atrás en esto del pensamiento mágico, cada vez que termina de limpiar la casa aplaude fuerte, da un golpe al piso con el taco y enciende un sahumerio para alejar los malos espíritus. Mi suegra cura el empacho con una cinta métrica, y mi cuñada cree que la mayonesa se corta en presencia de una embarazada.

Pero ellas no inventaron estos actos compulsivos. En realidad, en el origen de todas las culturas se esconden aislados tabúes y creencias que a veces la mente religa, y que generalmente estuvieron asociadas a una prohibición, o a un miedo ancestral al futuro y a los designios de la naturaleza. Entonces: ¿qué mejor ansiolítico que llevar en el bolsillo una colección de piedritas, cintitas, medallitas y amuletos? Pero, ya lo dijimos alguna vez, todas las supercherías del mundo se agotan en tres deseos: salud, dinero y amor. Y en el temor a no poder lograrlos, o perderlos si se los tiene. El bicho humano desconfía de lo que le puede deparar el destino, y nuestro inconsciente colectivo, que desciende de la paciencia desafortunada de los indígenas, y del desarraigo melancólico de los inmigrantes, no es proclive al optimismo.

Ahora bien: si analizamos la historia veremos que los machos no somos tan devotos de la ciencia como parece. No solo porque reyes, emperadores y hasta simples presidentes vernáculos hayan consultado clarividentes y tuvieran brujas asesoras. Sino también porque desde los más primitivos guerreros, que sentían un pavor supersticioso a los espíritus de los enemigos muertos en batalla, llegando hasta los hechiceros del fútbol, que queman incienso en las canchas, o los marineros, que esconden más ceremonias secretas que Nostradamus, todo denota que los tipos también sentimos que no todo es nombrable, y que donde no llega el lenguaje, se oculta toda una constelación mítica que sirve como sustrato a cualquier conducta de un ser ante lo imprevisible, tenga el sexo que sea.

Aún así, se ve que ante toda encuesta, a los hombres nos gusta decir que no somos supersticiosos, primero porque nos hace parecer inteligentes y seguros, y segundo, obvio, porque afirmar que uno es cabalero, trae mala suerte.

1 comentario:

Unknown dijo...

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