miércoles, 19 de marzo de 2008

Como el oso


Confesémoslo, es la verdad. La mayoría de los hombres somos fieros como un susto a medianoche y tenemos prohibida la entrada al club de los galanes.

Ahora bien, la fealdad varonil no es una sola, veamos las distintas opciones que presenta el mercado masculino.

Primero están los bajitos, que por más mito que encierren, si de tan petisos ya son profundos, ellas no los quieren ni para adorno de mesa de luz, salvo que la chica sea Blancanieves.

Segundo están los muy velludos, que traen pelos hasta en las encías, y nos hacen creer que la madre no los parió, que simplemente los tejió.

Tercero viene el flaco de nariz prominente, ese tan narigón que tiene que tomar el café con pajita. Si, podría hacerse una cirugía estética, pero si es pobre seguro no le alcanza la plata para la dinamita.

Cuarto están los chuecos, que a veces salen a caminar con su mascota a ver si enganchan algo, pero cuando una mina los ve de lejos piensa: “ahí viene un perro entre paréntesis”.

En quinto lugar consideremos los gordos, esos que están siempre con sobredosis de bife de chorizo. No entienden que para ellas no existe la pancita erótica: es buzarda lamentable y basta.

Para el sexto lugar dejemos a los muy granulados, son los que espantan a cualquier Eva, a menos que esté haciendo la dieta del choclo.

¿Sigo? ¿Para qué? Ahora parece que salió un libro que nos bautiza “ feo-sexuales” y afirma que a ellas les empezamos a gustar. Pura mística de best seller. Yo estoy seguro de que para las mujeres un bagre no es un pejerrey, por más que la autoestima lo haga brillar como traje viejo. También es falso que billetera mate al galán. El caballero podrá tener mucha plata, pero si es fulero, para ella seguirá siendo como un charango, mitad madera y mitad animal. Tampoco la fama cambia la estética: para la pupila femenina, Tevez no es Beckham, aunque sea un crack con la pelota.

Por eso, a veces a los tipos nos causan gracia los miles de chistes que se escribieron sobre feuchos, esos que dicen, por ejemplo, que el recién nacido era tan feo que la mamá no sabía si quedarse con él o con la placenta.

Por supuesto que muchos hemos gozado de una abuela orgullosa que nos infló el narcisismo, y nos hizo sentir bellos en el espejo de su mirada, pero en el fondo sabíamos que nos tenían que colgar un huesito del cuello para que el perro quisiera jugar con nosotros.

Y en el colegio ¿qué varón no se sintió Aristóteles interpretando el cuentito del patito feo? Si, ese relato milenario que, al mejor estilo Bucay, nos creaba la ilusión de que éramos cisnes incomprendidos. Pero siempre llega la prueba de fuego, y es cuando vas al primer cumpleaños de 15 y ni la cieguita del barrio acepta bailar con vos.

Y si, seremos feos como el oso, pero un fulero famoso, Segismundo, nos dio una esperanza, cuando de alguna manera profetizó: solo enamorarás una mina si tenés la suerte de parecerte en algo a su papá.

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