lunes, 28 de abril de 2008

El detergente nos separa


Atenti maridos: ¡las mujeres podrían demandarlos por no lavar los platos!…al menos en Irlanda del Norte, un país al que seguro ya querrán emigrar muchas argentinas. Más vale que los varones empiecen a mirar con cariño a la esponja y al lava-vajilla, porque estas ideas contagian y en cualquier momento empezamos a comprar guantes de goma en el supermercado.

Si, muchos hombres son haraganes en su vivienda porque para ellos es el lugar del ocio y no el del trabajo, y esos modelos tampoco son enfrentados por los medios de comunicación. Recuerdo que en uno de los episodios más famosos del programa “I Love Lucy”, de los años cincuenta, los personajes de Lucille Ball y Desi Arnaz se quejaban furiosamente de sus actividades habituales, ella de las que debía realizar dentro del hogar y él de las que estaba obligado a cumplir en el afuera. Pero cuando intercambiaban roles les iba muy mal y pedían volver al status quo anterior. Medio siglo después, en un capítulo de la temporada 2007 de la serie policial “Close To Home”, la protagonista, una joven y exitosa fiscal, casada y con un crío recién nacido, al llegar a su lujosa morada, luego de un día intenso de trabajo, y comprobar que la heladera está vacía, murmuraba irónica: “en esta casa se necesita una esposa”. Y en la televisión argentina, que también es el espejo del reino, los ejemplos no son muy distintos. La pantalla chica sigue siendo la exponente fiel de ese mundo laboral gratuito que se impone como el destino de lo femenino.

Okey, en la vida real es evidente que la mujer juega su vida en otras canchas, al estilo de las chicas de Sex And The City y Friends…hasta que decide casarse y tener hijos, porque a la vuelta de la clínica con el bebé en brazos los arquetipos cambian. Ella, lo quiera o no, se convierte en “ ama de casa” , es decir, queda en parte excluida del discurso histórico, a menos que se convierta en Wonder Woman, con los costos que siempre ocasiona a estas heroínas dar vueltas sobre si misma.

La verdad es que el inconsciente colectivo sigue atribuyéndoles a ellas el espacio doméstico por excelencia, a través de representaciones sociales y psíquicas. Y cuando ellos las reemplazan porque se quedaron sin empleo, dudo que las minas se llenen de afecto y admiración cuando los miran planchar y cocinar a diario el bizcochuelo al limón.

Ahora bien: ¿cómo se implementaría esta medida en países latinoamericanos en los que el abuso grave y la violencia familiar son la denuncia más común de las mujeres?

Y algo más: aún en lugares un poquito más civilizados, ¿cómo se reconstruye una pareja después que ella mandó en cana a su media naranja toda la noche en una comisaría, por no querer levantar el trasero de la silla para limpiar la mesa luego de cenar? Difícil ¿no? Me recuerda esa frase que afirma que treinta y cinco millones de leyes no han podido lograr aún que se cumplan diez mandamientos.

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