
Una amiga me preguntaba, días pasados, cuales son las ventajas e inconvenientes de ser periodista con relación al sexo opuesto. ¿Será cierto, como dice Clemente, el personaje de Caloi, que todo lo que hacemos los varones es para levantarnos minas? E inmediatamente me vino a la mente la vida de Alejandro, un tipazo que fue alumno mío hace muchos años en una escuela de periodismo.
Alejandro soñaba recibirse pronto para luego buscarse un laburo en la redacción de Espectáculos de algún diario, e ir a conquistar coristas o actrices ignotas, con la promesa de hacerlas famosas con una gran nota. Si, el pibe no fantaseaba con un Pulitzer; su imaginación rumbeaba hacia las curvas de una imponente potra. Y se le dio, en parte, pues el día que se presentó ante un editor de una prestigiosa publicación, este lo mandó derechito a la sección….Turf. Y su primer entrevistado fue un diminuto jockey de voz aflautada, parado al lado de un tremendo percherón negro cuyo lomo estaba a dos metros del piso.
Pero el tiempo pasó, y Alejandro no renunció a sus impulsos.
Una tarde, guiñándole un ojo, le insinuó al jefe de redacción que se había cansado de la trifecta, y que tenía ganas de ver gambitas desnudas. Dos días después lo mandaron a cubrir la primera C de los sábados. Así, desilusionado, descubrió que había cambiado el olor a establo por el aroma de los vestuarios de fútbol. Estaba rodeado de piernas, pero demasiado musculosas para su gusto.
Volvió a las pocas semanas y aclaró su deseo, él quería tener contacto con cuerpos desnudos, si es posible. Y lo logró, contactando forenses en la morgue judicial para Policiales.
Incansable, siguió insistiendo, y fue premiado con un pase al equipo mayor de…Política.
Diputadas más antiguas que Cicerón y senadores pálidos y trasnochados, eran el material viviente de sus crónicas desangeladas.
Pero algo en su inconsciente le impedía resignar sus bajas pasiones, y saltó de alegría cuando le propusieron escribir para el suplemento Mujer. Inocentemente, Ale murmuró: "al menos me voy a sacar el gusto con una colega", conjeturando que las redactoras de la sección femenina debían ser dulces como el arándaro. Grave error. Las muchachas en cuestión tenían menos onda que flequillo de coreano, hablaban como portuarios, y se depilaban hasta las encías. Además, eran las típicas periodistas convencidas de que los hombres somos unos bicharracos más inútiles que cajero automático sin plata.
Creyendo ya que su aspiración jamás se cumpliría, una madrugada, Alejandro subió a la terraza del periódico y se arrojó al vacío, cayendo sobre un camión lleno de arena que pasaba casualmente. El final ya lo presienten. La corresponsal que fue a reportearlo se enamoró de él, y se convirtió en su esposa. Esto último sirve de sobra para probar porqué dicen que esta profesión es la de mayor riesgo en el mundo. No creo que alguien quiera contradecirme.
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