miércoles, 30 de julio de 2008

Regalos inesperados

A veces nos hacen regalos que, francamente, nos dejan estupefactos. Puede ser por un aniversario, cumpleaños o cualquier día. Ocurre cada tanto que una persona a la que queremos nos obsequia algo que consideramos inútil, de mal gusto, o nada apropiado para nosotros.
¿Cómo manejamos las caras según la situación?

Yo tengo varios recuerdos de anécdotas de este estilo que me han pasado.

La primera vez fue cuando cumplía cinco años. Mi papá, cuando era niño, soñaba con tener un caballito trotador, pero mi abuela nunca le concedió el deseo.

¿Y qué hizo él? Treinta años después me lo compró a mí, sin preguntarme primero, obvio. Conclusión: yo añoraba tener mi primera pelota de cuero para jugar al fútbol y me encontré, en cambio, parado en medio del patio junto a ese equino enano, de madera y pelo sintético, ¡y detrás de él estaba toda mi familia con sus rostros iluminados esperando que yo llorara de emoción al ver ese monigote absurdo!

Años después se repitió la escena. Yo había comenzado a fumar a escondidas y a la vez juntaba plata para adquirir una moto. Creía que mis padres ignoraban estos detalles de mi vida privada, pero el día de mí cumpleaños número dieciocho, mis viejos me sorprendieron, en el mismo momento, con dos paquetes. El de mi madre era un encendedor dorado, el de mi padre fue un casco para motociclistas. Mi sorpresa duró unos segundos porque no sabía que ellos me conocían tanto, pero además, al instante presencié una discusión propia de Bush y Ben Laden, y eso fue porque se reprochaban mutuamente estar ayudándome a matarme en distintos tiempos. Y yo no sabía a quién decirle gracias, o si simplemente salir corriendo.

Ya de grande tuve la suerte de conocer a una tía que vive en Puerto Rico, y que por primera vez venía a la Argentina. Después de la cena familiar me tomó del brazo y me llevó hasta donde estaba una de sus valijas. Me dijo: ¡ mira qué chévere, esto te lo traje para ti ! E inmediatamente abrió la maleta y sacó una serie de camisas y remeras de infinitos colores (todos juntos en cada una), que me daría pudor usar hasta para bailar los temas del carnaval carioca. Otra vez tuve que desenfundar mi mejor cara de bache.

A lo largo de los años he recibido presentes tales como cañas de pescar (yo ni siquiera tomo baños de inmersión), bandejas organizadoras de escritorio (no trabajo en oficina), discos de ópera (prefiero el jazz), novelas de amor (fui fanático de Cortázar), colonias que no me pondría ni para espantar los mosquitos, y hasta una manopla para sacar fuentes calientes del horno, cuando yo no cocino ni un huevo duro. En síntesis, el regalo impropio es una epidemia, porque uno se lo quita de encima en la primera navidad que llega y son otros los que, como en una serie infinita, tendrán que poner su mejor cara de naipe, para luego regalarlo otra vez, así, siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

No hay comentarios: