martes, 21 de octubre de 2008

Trágame tierra


Cuando era chico escuché este chiste: Un hombre está charlando con otro en la calle y de golpe le dice: “ Che, mirá esa vieja que viene caminando, ¡qué flor de bigotes que tiene!”, y el interlocutor molesto le responde: “¡Esa “vieja” es mi mamá!”, ante lo cual el primero agrega para arreglar la cosa: “¡ah, pero qué bien que le quedan!”.

Claro que el intento de salir ileso en estos casos es inútil, porque uno, ya lo aseguró algún sabio oriental, es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras. O mejor dicho, podemos venir de un exilio, de la cárcel, de un viaje a la Luna o de un trasplante de corazón, pero del ridículo nunca se vuelve.

Yo soy el emporio de las metidas de pata, algunas de las cuales voy a citar aquí, invitándolos a que ustedes piensen las suyas:

Me ha sucedido:

1) Ofrecerle el asiento en un colectivo a una mujer que supongo embarazada pero cuya pancita, tarde me entero, se debe a un exceso de bizcochitos de grasa.

2) Nombrar a una ex novia sin querer, cuando estaba a punto de besar a mi nueva pareja en nuestro momento de mayor intimidad.

3) Regresar de un interminable viaje en tren en verano y al ir a abrazar a mi tío, notar por su rostro que hacía horas que me había abandonado el desodorante y yo que traía, como las avionetas fumigadoras, el veneno bajo las alas.

4) Llegar a una reunión importante de trabajo y descubrir que tengo puesta la remera al revés, o un calcetín de color marrón y el otro azul.

5) Derramarme agua o gaseosa sobre el pantalón a la altura de la ingle justo cuando estoy por dar una clase delante de mucho público.

6) Responder en una reunión a una pregunta sobre los alcances del plagio en televisión nombrando como ejemplo a un productor famoso, sabiendo solo después, que entre mis oyentes había dos asistentes del mismo.

7) Encontrar un vestido “drapeado” de mi esposa sobre la cama y planchárselo para darle una sorpresa, poniéndole tanto almidón que quedó hecho una tabla de surf.

8) Ser orador en un homenaje a una universidad y en el momento más emotivo de mi locución nombrar a otra, y en el intento por recomponer el error, empezar a citar otras casas de estudio, menos aquella en la que estaba hablando.
Pero esperen, no se asusten, porque la mayor parte del tiempo hago cosas coherentes. Esto pasa porque no hay, no tenemos, nosotros, un solo Yo.

Hay un yo individual y un yo social. El social es el que parte a diario a la calle con el DNI en el bolsillo y lo llaman persona. Es un yo de relaciones, un yo de lenguaje establecido. El otro, el individual, es inconsciente, y de él cada uno sabe muy poco. Ese es el verdadero, es el pillo travieso que se esconde tras los espejos y cada tanto nos tira una palabra, un neologismo, un lapsus, un furcio, una plomada, un significante perdido que pesa en la oración y nos sonroja, porque nos deja parados frente al abismo de la pregunta que no tiene respuesta: ¿quién soy yo?.

1 comentario:

Mar dijo...

Hola, leo siempre. La 7) es muy graciosa.