
martes, 7 de abril de 2009
Amor posesivo

Éramos pocos... y apareció la abuela para llevar a pasear al nieto. ¿Para bien o para mal?. Si el crío vuelve empachado de comida chatarra (incluyendo la que no le quiso tirar a los animalitos del ZOO) les respondo. Pero ¿por qué tanta bronca si no hay nada más lindo que un abuelito para nuestras Heidis...
Descubramos que nos pasa.
Paúl Valery, el poeta, ha escrito que el amor es la única posesión en la que no se posee nada. Pero cuando tenemos un hijo, y si es el primerísimo peor, nos olvidamos de esa frase. Para la madre que lo deseó, ese pequeñín tiene brillo de completitud, de realización, es ella misma en otro que por algún tiempo se convierte en su objeto, estilo Barbie de carne y hueso. Y en esos primeros días la sensación es “fusión o terror”.
Para el papá, el nuevo cachorrito humano es su continuidad en la Tierra , qué él busca convertir en su imagen y semejanza y de paso corregir los errores que cree que cometieron con él.
Pero el recién nacido, el personajito en cuestión, es como una tabla rasa, una playa sin huellas, un cuaderno con las páginas en blanco, al que los progenitores, sus dioses, llenarán con todo lo que SERRAT nos cuenta en su canción LOS LOCOS BAJITOS. Y después se agregarán la educación, la televisión, los amigos, los tíos, creándonos un archivo que insólitamente solemos llamar “Yo”.
Pero volviendo al drama de las nonas, resulta que los papis del baby, como todo dúo autoral, no quieren que nadie les cambie la obra.
Por eso se les salta la térmica cuando descubren que la grand-mother y la grand mother in law consienten a los niños, les invierten las reglas establecidas por sus progenitores, les dan golosinas aunque el médico les hayan recomendado una dieta y los dejan subirse a la cama con los zapatos puestos y embarrados. Las abuelas no trabajan para el deber si no para el placer de los nietos, y por eso a quienes tienen la patria potestad, e intentan hacerse cargo de la ardua tarea de domesticarlos e imponerles normas, sienten que ellas les licuan toda autoridad.
Ahora, ¿esta es la única razón? No, hay otra. Y de ahí la frase de Paul Válery. Sea nuestra madre o la suegra (léase bruja mala del cuento) la que los cuide, su intervención nos produce envidia.
Envidia sí, porque tratan a nuestros hijos con la comprensión de Eva Giberti mientras que con nosotros fueron el Sargento García; y segundo, porque sabemos que nuestros hijos elaborarán con nuestros padres y suegros esa idílica relación que nosotros hubiéramos deseado tener, y nunca podremos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario