jueves, 23 de abril de 2009

Cuando tu novia hace dieta


Desde mi madre y mi primera novia, allá lejos y hace mucho tiempo, hasta hoy, todas las mujeres con las que desarrollé algún vínculo estuvieron siempre haciendo regímenes.

¿Para bajar qué?
La mayoría de ellas, especialmente en las grandes ciudades, son esclavas de la balanza y los talles. Así fue que me fui enterando de las dietas más variadas: la de los astronautas, la macrobiótica, la del limón y la del pomelo, la de la manzana, la de la Fuerza Aérea, la de la luna, la mediterránea, la dieta Scardale y las de los distintos y afamados doctores, y también, las de las actrices y los deportistas célebres, y los lamas, monjes budistas y demás místicos de Oriente.

Algunas novias convivientes y esposas pretenden que sus parejas masculinas las ayuden en la patriada, compartiendo sus menjunjes, para no sentirse tentadas por nuestra milanesa a caballo, mientras ella comen su lasaña de tofu.

Pero la vida en común no cambia solo por los nombres raros que se agregan a las conversaciones de entrecasa, si no por los olores que uno comienza a percibir a cien metros de su hogar, cuando ella está haciendo hervir al mismo tiempo una olla con ramilletes de brócoli, coliflor, espárragos, habichuelas, repollo y apio. Y como consecuencia inmediata, el “acti-regularis” nos funciona milagrosamente sin tomar el yogurt famoso, y pasamos varios minutos sentados en el trono.

Eso sí, ese tiempo a mi me resulta beneficioso porque me pongo a pensar. Otros meditan mirando el Himalaya, pero yo me conformo con poco. Y pensando busqué una respuesta al porqué ellas siempre quieren tener esa silueta imposible.

La primera culpa se la echamos a los diseñadores de moda europeos, que promueven modelos sin masa corpórea. La segunda responsabilidad se la endilgamos a los publicistas, que con sus imágenes virtuales le amargan la existencia hasta a las propias estrellas, pues ni ellas mismas se reconocen en las fotos que de ellas publicaron en los carteles, “photoshopeadas” y optimizadas digitalmente.

Pero además, una mina es presa fácil de cualquier promesa de belleza imposible y eterna juventud porque necesita jugar el juego de la niña fallada. Impulsada por una especie de patología de la demanda, una mujer sigue buscando lo que ella imagina que le fue negado. Vive condenada por la falacia de que el hombre “tiene algo” que a ella le falta, y hay que compensar eso laburando mucho para gustar y ser querida. Para que esa supuesta falta no se note, aunque en esa tarea absurda se le vaya la vida.

No hay comentarios: