
miércoles, 12 de agosto de 2009
¡Rajemos que comienza el baile!

A la mayoría de los hombres, en general, no nos gusta bailar, y cuando lo hicimos por propia voluntad fue solo para el levante.
¡Vamos, reconozcámoslo! Los hombres, bailando, somos más pataduras que Tinelli!
Sí, ya sé que hay tipos que nacieron para la danza, como Julio Bocca. También se lucen los jóvenes y niños bailarines seleccionados para los programas de Marcelo. Y hay algunos jovatos que se la dan de maestros en el corte y la quebrada del tango, y son el deleite de las suegras jovatas en los casamientos.
Pero a la mayoría de los hombres, en general, no nos gusta bailar, y cuando lo hicimos por propia voluntad fue solo para el levante. Pero una vez efectuada la transa, si el vínculo deriva en pareja estable, nos tienen que pedir por favor que las llevemos a la milonga una vez más.
A las mujeres si, generalmente, les encanta bailar, solas, en pareja, en grupo, en el boliche, en el living, donde fuere. Escuchan hasta los primeros acordes de la marcha fúnebre, o el tronar de un tambor en un desfile militar, y ya empiezan a menar la cola. Para ellas la danza es (lo “escribo” en voz baja) la representación histérica de sus fantasías sexuales, y una forma de exhibición erótica para la mirada del Otro. Si, no es solo el inocente “lo hago para divertirme y nada más”.
Pero todo bicho masculino que pisó la Tierra no tiene más remedio que exponerse, tarde o temprano, en una pista, a la hora de la música en fiestas de 15, boliches, cruceros, cenas empresarias o de fin de año, o casamientos, o simplemente acompañando a la novia o esposa a restaurantes donde después de cierta hora comienza la obligada pachanga. Porque para ella: no hay festejo sin baile.
Ahora bien: si conocemos una dama, queremos conquistarla y tenemos menos onda que una sequoia californiana para la danza, ¿qué estrategias podemos argüir antes de caer en el papelón, o en el piso, lo que es peor?
Una excusa es la profesional : ser el disc jockey de la reunión o el
que toca un instrumento en la orquesta, rol que nos garantiza una artística inmovilidad, con un sesgo de misteriosa seducción.
La segunda táctica es la deportiva: confesar un supuesto esguince por caída esquiando en el Everest o jugando a la pelota en el potrero de la vuelta.
Otro pretexto es el del gusto: “esta música no la bailo porque es grasa”, y usarla aunque se trate de un típico vals vienés del siglo 18.
Luego viene la evasiva científica: echarle la culpa a un remedio que estamos tomando el cual nos disminuye la serotonina y la vasopresina, que según parece son las hormonas relacionadas con el bailar bien o quedarse estaqueado.
Mientras, si, es obvio, veremos que ellas mueren por Chayanne contorneando el pubis mientras canta Provocamé, porque saben que nosotros no nos animamos a tanto en público, salvo que estemos con cuatro tequilas adentro más un litro de moscato de la abuela. O que, como hacen los cuatro salames de la publicidad de cerveza, nos demos cuenta, como dije al principio, que la única forma de engancharse minas es “siendo como mi tía”. Al compás de esa música.
Pero el acting-out tiene una única finalidad, ya que bailar por si solo, no nos encanta. Y menos los ritmos tropicales.
Why? Porque a nosotros, los descendientes del mono Tití, nos da un poquito de vergüenza mover demasiado la cadera, nos parece que eso… es cosa de gays.
Y si les interesa comprobar mi hipótesis les sugiero observar una multitud bailando en cualquier club o disco o cumpleaños familiar, y van a notar que la mayoría de los machos no coordinan bien sus extremidades superiores e inferiores, no tienen demasiado sentido del ritmo, ni se enganchan con el lado emocional de la danza. Por el contrario, parecen robots con interferencias en la carga eléctrica, o elefantes durante un ataque de epilepsia. Y sus rostros denotan un unívoco pensamiento: “¿ cuándo carajo termina este martirio?”.
0bvio que siempre está la excepción, el Travolta que se distingue y hace que todos le hagan hueco para verlo, especialmente ellas, que además creen que un Romeo que baila bien, es “bueno” en la cama.
¿Por qué? Porque las minas pese a ser tan calculadoras e hiper-realistas, necesitan dejar libre un espacio del cerebro para llenarlo de ilusiones, allí donde la falta radical agobia.
Y entonces, nuestra timidez paga un alto precio. Si, porque ese vivo danzarín que es su profesor de salsa o tango, o ese estudiante aventajado de cumbia, es el tipo que finalmente se la pasa toqueteando la cintura de nuestras novias, y sacudiéndola toda la noche, y no podemos decir nada porque ella también está bailando por un sueño. ¿Qué sueño?
El secreto sueño femenino: el de divertirse siempre.
Para eso vienen a este mundo las mujeres, se dice. Ellas son capaces de bancarse una infidelidad, el robo, la calumnia, la ignominia, la traición, hasta la violencia.
Pero no soportan aburrirse. El aburrimiento es la metástasis de su goce vital.
Ellas parecen estar siempre habladas por las pulsiones, y en ese movimiento incesante (el del baile) nos cuentan a cada paso que tienen en claro que nacieron como objeto y causa del deseo, y que esa es la sustancia que las compone. Por eso Adán les resultó insuficiente, y desde que lograron que Dios los desaloje, no hay paraíso que las calme si no contiene en sus llanuras la voz de una serpiente que les garantice el futuro éxodo, si, un fantasma en síntesis, una esquirla brillante que les certifique que esa búsqueda loca de placer que las consiste nunca se cancelará, aunque jamás logren permiso alguno para seguir permaneciendo en llamas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario