martes, 12 de mayo de 2009

¿Y cómo sabemos si nos mienten?


Hay mujeres que si disfrutan del sexo, y de ese plus de goce cuyo derecho a sentir parece que recién lo adquirieron en la centuria pasada.

No olvidemos que durante siglos el humano que no fuera miembro de las altas castas y clases sociales, era apenas un organismo viviente, plebeyo o esclavo. La Revolución Francesa nos liberó de los señores feudales y de algunos reyes iluminados por el poder divino,  y nos convirtieron en “todos iguales ante la ley”, y ante las vidrieras del shopping.

Algo que en realidad solo sigue sucediendo en teoría, pero eso sería motivo de otra nota más antropológica. Sigamos por el camino  emprendido,  en el que notamos que en la incipiente sociedad de mercado es donde aparece luego una nueva categoría: la de Sujeto.

A partir de allí, que Marx, Hegel y Freud tomen la pluma y el tintero, y escriban su monumental obra fue casi inevitable. Y que es el hombre (por el momento como trabajador) el que comienza a ser visto como persona, a concebirse como ser alienado por la llamada revolución (capitalista), pero a la vez con un alma que ya no es patrimonio de las religiones, sino del psicoanálisis.

El descubrimiento del inconciente, de la pulsión, y de los despelotes que le trae al bicho humano reprimir todo lo que siente, hizo que cada vez se ampliara más la consideración del ser como algo único, invalorable, y siempre inexplorado del todo.

¿Adónde arribamos con todo esto? Tal vez terminamos por ahora en el viejo chiste feminista que asegura que los varones encuentran más fácil un bar que el clítoris.
 
Y éramos pocos y …
 
…Apareció el Orgasmo (femenino). El macho cabrío sobrevivió al cometa Halley,  a dos guerras mundiales, al desempleo y a las crisis económicas, a la bomba atómica, a las canciones de Rita Pavone,  y cuando ya se quería sentar frente a la televisión y ver tranquilo alguna de cowboys, un matrimonio de científicos: William Howell Masters y Virginia Eshelman Johnson, empezaron a romper los quinotos con la nueva palabrita. Hacían experimentos, dibujaban curvas y sinusoides matemáticas, mezclaban el lenguaje geográfico (meseta) con el legal (resolución) y la meteorología (climax) todo para explicar que las minas sentían eso, justamente eso, ¡el tan famoso y mentado orgasmo!

Los Romeos, acostumbrados a que la sexualidad era fálica ( porque desde chiquitos el  pene es lo único que vemos en la salita de cuatro, y no existe simbolización de la vagina en el inconsciente), y tranquilizados en aquello de que culminar era eyacular, suponiamos que ella se quedaba contenta digamos que….porque si, por el tiempo del coito, por el tamaño, por el amor, por los besos… qué se yo.

Ahora, aparecía un nuevo dilema: No solo a ellas había que sorprenderlas siendo héroes, proveedores, lindos, atléticos, valientes, triunfadores inteligentes, sabios, contenedores, amables con la suegra y poner la oreja a todos sus miedos, pesadillas y dolores…… sino que además….¡había que lograr que acabaran!

 Hagamos el humor dijeron algunos
 
Y comenzaron a  pulular los chistes de Internet. Y a diferenciar a las Julietas según sus orgasmos ( la asmática, la suicida, la porrista, la profesora, la gata ronroneante,  etc..).

Y lo más original trascendió en los diarios hace poco. Investigadores belgas descubrieron que el modo de caminar de las mujeres puede determinar la capacidad orgásmica a la hora de las relaciones sexuales. Los resultados apuntaron que las mujeres que caminan con pasos más largos disfrutan de orgasmos vaginales porque tienen mayor flexibilidad vertebral. O sea que, como decía mi abuela: ¿quien mal anda mal acaba?

Pero profundizando sobre el tan mentado orgasmo femenino, tengo la impresión, como decía más arriba, que nuestro drama radica en que desde las épocas de Adán y Eva hasta pasada la era victoriana en el Reino Unido, al menos en Occidente a nadie le preocupó demasiado si las muchachas  disfrutaban o no en el acto amatorio. En la organización fálica del mundo, ellas prestaron un servicio, la maternidad, y en todo caso, el dar placer al hombre. O sea que la mujer como tal, no existía. El varón como deseante sí, porque expulsaba, decían los viejos médicos, sus productos genésicos.

Es en el Siglo XX cuando ellas comienzan a pelear  su acceso al sufragio y a las decisiones políticas, la protección legal en el trabajo, y obviamente, el derecho al goce sexual.
Y junto con la pastillita anticonceptiva y las investigaciones sobre la genitalidad,  el diccionario adopta la expresión orgasmo femenino, el nuevo objeto persecutorio de los hombres.
Y los psicólogos y sexólogos entran a facturar como taxistas. Why?...veamos porqué.
 
Los científicos argentinos deberían descubrir qué clase de pasos dan ellas cuando no llegan al orgasmo. Cómo nos damos cuenta si nos mienten con ese religioso “¡ahh, si, si, ay Dios mío, ay Dios mío!”.

Otra opción es armar un blog sobre el tema en el cual los hombres aportemos datos para avivar a los demás. Por ejemplo, yo tuve una novia que cuando no quedaba satisfecha, salía caminando rápido por el pasillo y me pateaba al gato.  Invito a otros a que sumen testimonios como este, francamente clarificadores.

Si, sí, ya sabemos que a ellas siempre les va a faltar cinco guitas para el mango, y que de todos modos nos van a abandonar por cualquier otra razón,  pero al menos a nosotros nos va a disminuir la angustia, y de eso se trata, cuando escuchamos esa palabrita rara que viene del griego.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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