martes, 8 de septiembre de 2009

Te veo a las cinco en el "no lugar"

Mi prima Adela tiene una mansión hermosa y yo vivo sólo en un “tres ambientes”, pero para charlar nos reunimos siempre en una confitería. La excusa de ella es que sus hijas entran y salen y la distraen, la mía es el desorden, pero por alguna razón no tomamos el té en el living. Si un pariente del interior quiere visitarme por unos días le sugiero que se aloje en un hotel, porque yo no le puedo brindar baño privado, y si un amigo me cuenta por teléfono que se está por divorciar le digo: “nos vemos en el andén del subte”.

Cuando yo era chico, la casa era el refugio de un concepto de familia que excedía los lazos sanguíneos, e incorporaba otros afectos, amistades, vecindades, correligionarios. Las puertas de calle estaban abiertas al mundo, o cerradas con una llavecita de escritorio. Mis abuelos recordaban sainetes famosos en los que los inmigrantes se conocían tomando mate en el patio del mismo conventillo, mientras que mis viejos se emocionaban con Los Campanelli, aquella comedia televisiva de los años 60 y 70, en la cual todos los personajes que ingresaran a la historia, así fuera por una pequeña escena, se quedaban a almorzar los tallarines que hacía la “mamma”, mientras que en las radios sonaba Luis Aguilé cantando “por eso y muchas cosas más, ven a mi casa esta Navidad”.

Pero llegó la post-modernidad, la población aumentó, los barrios se llenaron de pequeños monoambientes habitados por seres anónimos y silenciosos que ni se saludan al chocarse cada mañana en el palier, creció el delito, la ciudad se plagó de rejas, exclusión y cirujas, y paradójicamente el paradigma del éxito individual se volvió inesquivable, una fantasía de trascendencia que se logra solamente afuera, nunca perdiendo el tiempo adentro.

El filósofo Marc Augé define el hogar como un lugar simbólico en donde se pueden comprender la identidad, los vínculos permanentes y la historia de sus habitantes, y bautiza como no-lugares a los sitios donde esta lectura no es posible. Estos “no lugares” de encuentro son espacios de circulación: autopistas, bares en las gasolineras, aeropuertos, shoppings, estadios, recitales, super e hypermercados, cadenas hoteleras, el “club house” del country. y por supuesto, los servidores de internet a través de los cuales se entablan relaciones virtuales mediante el chateo.

El olor del bizcochuelo recién horneado acompañando una confesión íntima de dos humanos rodeados de malvones y cortinas floreadas, dejó paso a las miradas ansiosas que extraños solitarios proyectan sobre las puertas de los cafés o en las pantallas de las computadoras, como esperando a alguien que venga a responderles las tres preguntas que nunca podemos evitar: “¿quién soy? ¿a qué vengo? ¿adónde voy?”.

Tal vez por eso triunfó “Gran Hermano”, porque mostraba cómo un grupo de desconocidos intentaba construir un hogar. Algunos no pudieron. y el que logró quedarse, ganó.

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